Crítica de "Suor Angelica"

Diario Los Andes | Fausto Alfonso | 18 de Agosto de 2002

Hace algunos años, el elenco Gótico Teatro asomó a la escena mendocina con una propuesta muy seductora. Hablamos de El ángel de Venus, suerte de melodrama medieval de importante impacto visual, aunque por momentos sobrecargado y vanamente estridente. Ya en ese entonces, el grupo insinuaba su interés por lo operístico a la hora del montaje escénico. Interés que ahora plasma abiertamente con su versión de Suor Angelica.

Gótico llega hasta esta ópera breve de Giacomo Puccini conservando dos características fundacionales de su actitud frente al espectáculo: por un lado, el perfil bajo en la etapa de pre-producción, y por otro, la acentuada preocupación por los detalles y la prolijidad con que se expone cada uno de ellos.


Seguramente, no ha sido casual la elección de Suor Angelica (parte del tríptico pucciniano que completan Il Tabarro y Gianni Schicchi) como puerta de ingreso hacia el mundo de la ópera escenificada. Esta obra conlleva ventajas y virtudes tentadoras, lo cual no minimiza la elección. Al contrario, habla de la sinceridad de los artistas y potencia sus logros en la escena. Suor Angelica se suma a la vocación verista de Puccini (muy atractiva para el público local, que en la función del viernes colmó el Teatro Mendoza), sin desmerecer pasajes con atisbos románticos y pequeños apuntes impresionistas. Además, implica un argumento de fácil acceso (para los más exigentes, muy elemental), de gran emotividad, y un personaje central que goza rápidamente de la “protección” del espectador.


Gótico supo aprovechar estas ventajas y virtudes y traducirlas en un espectáculo honesto, pulcro y sin titubeos. Una orquesta sobria, dirigida por Pablo Herrero, no se dejó tentar por el vedettismo y siguió a la par las instancias de una puesta tan atinada en los pasajes de grupo como en los momentos solistas. Ambos pasajes bañados por cálidas texturas, producto de la correctísima puesta de luces, en complicidad con la también lograda concepción arquitectónica.

La puesta, de poco más de una hora, logra recrear el colorido atmosférico del convento en el que Angelica vive desde hace siete años. Pero no sólo desde lo exterior. El ánimo de las religiosas, la impronta de la naturaleza, la dicha que produce la vocación de servicio y, también, la desdicha -para el caso de Angelica- de aquello que no pudo ser, encuentran su rumbo de manera armoniosa, sin ingresar nunca en amaneramientos ni edulcoramientos.


Cintia Velázquez le saca muy buen rédito a su Angelica, en el canto como en la actuación. Conmueve, con delicadeza y hondura, y sostiene sus plegarias con elegante dramatismo. Natalia Capellani aporta rigor y prestancia a su Zia Principessa, personaje que abre las aguas del relato.

Para destacar también: la solución dada al riesgoso pasaje final. Cristian Fionna, máximo responsable de la puesta, jugó al borde con su idea escénica (nos referimos a una opción estética que no conviene develar aquí), pero salió airoso.


En síntesis, Suor Angelica es un paso importante para el espectáculo netamente local. Y un escalón determinante para poder ir accediendo a las múltiples complejidades que encierra el género.